José Palacios, esclavo libre, manumiso, negro barloventeño, cuyo apellido lo recibió de la familia Palacios y Blanco, formaba parte de la servidumbre en la Casa Natal de Bolívar, cuando Doña María de la Concepción, madre de nuestro futuro Libertador le pediría antes de morir, en promesa, cuidara hasta el final de su vida, al recién nacido Simón José Antonio.
La noble dama fallecería víctima de tuberculosis el 6 de julio de 1792, contando apenas 33 años de edad, mientras, su hijo Simón alcanzaba los nueve. Desde entonces, el negro José Palacios comienza a cumplir su promesa, siempre de forma activa, leal y sacrificada, para atender al niño, al joven, al adulto y al Libertador Simón Bolívar, hasta su muerte prematura el 17 de diciembre de 1830. José Palacios seis años mayor que Simón, era analfabeta, pero de memoria prodigiosa; le acompañaría durante largos 38 años como leal confidente, en buenos o malos momentos, y también, en las desgracias. Juntos viajaron a Europa en 1803, continente de luces donde conocen ciudades, incluida Roma, la clásica e histórica urbe donde Bolívar lanzó a los cuatro vientos su inmortal Juramento en el Monte Sacro, el 15 de agosto de 1805. En 1807, visitan Estados Unidos de Norteamérica.
Durante la Misión Diplomática encomendada a Bolívar por la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, nacida tras los sucesos del 19 de abril de 1810, le acompañó a Londres, junto a Andrés Bello y Luis López Méndez. El fiel mayordomo, de invalorable ayuda espiritual, acompañó al Héroe en momentos de fatalidad y de grandeza, por ello, estará en los destierros en Jamaica y Haití, así como también en las campañas emancipadoras en Venezuela, valiéndole alcanzar la jerarquía de sargento primero, en 1820. José acompañó al Campeón de la Libertad en la decisiva Campaña de Carabobo y al Sur del continente hacia Bogotá, Lima, Quito y La Paz.
Su afán por atender diligentemente a Bolívar se manifestaba por la pulcritud de su vestuario, correcta alimentación, vinos adecuados, perfumes y la seguridad ante todo, como mayordomo de plena confianza. En 1825, en Lima, administró la partida asignada por el gobierno peruano al Libertador.
El 25 de septiembre de 1828, la noche del atentado contra Bolívar en el Palacio San Carlos de Bogotá, los quebrantos de salud que sufría Palacios, le obligaron a alojarse en una instalación cercana, situación que le permitió mejor suerte que a los edecanes asesinados la infausta noche.
El 27 de abril de 1830, Bolívar decide renunciar a toda aspiración de mando; el 8 de mayo, al partir hacia Cartagena de Indias con pocas pertenencias y 17.000 pesos, intentaría fallidamente seguir la ruta Curazao-Jamaica-Londres, para atender su fatigada salud.
De Cartagena se traslada junto a Palacios hasta Barranquilla, región costeña donde llegaba el 8 de noviembre. El poco dinero que utilizaría para su partida, Bolívar lo donaba a gente humilde durante la travesía. El Más Grande Hombre de América, no pudo emprender su viaje a Europa; a instancias del general Mariano Montilla debió ser atendido urgentemente a partir del 1ro de diciembre por el eminente farmaceuta francés Alejandro Próspero Reverend, debiendo ser trasladado a la hacienda San Pedro Alejandrino, propiedad del español Joaquín de Mier y Benítez.
El 10 de diciembre en horas de la noche, en momentos de lucidez, Bolívar emitía su Última Proclama y dictaba su Testamento, en cuyo punto octavo, dejaba a Palacios ocho mil pesos como "remuneración a sus constantes servicios"; los albaceas le entregaron en recompensa algunos utensilios de plata. El 16 de diciembre, ya en sus delirios febriles, la última persona a quien se dirigió Bolívar fue al fiel mayordomo: "Vámonos, vámonos, esta gente no nos quiere en esta tierra... lleven mi equipaje a bordo de la fragata", al referirse a una nave puesta a la orden para llevarlo a Las Antillas.
El 17 de diciembre de 1830, siendo la 1:07 de la tarde, al exhalar su último aliento y convertirse en el caballero andante inmortal de la historia, en el reducido grupo que acompañaba al Padre de la Patria en sus últimos momentos, se encontraba el fiel mayordomo, sollozando en una esquina de la habitación; los asistentes le oyeron decir: "...se me murió el viejo...". El negro José, entrego el 22 de diciembre al albacea para su distribución: cuatro viejos baúles, medallas de oro y plata, algunas armas, condecoraciones, documentos, manteles, partes de una gran vajilla y algunas onzas de oro. Pasado el velatorio y entierro en la Catedral de Santa Marta, Palacios se dirigió a Cartagena donde al gastar el dinero recibido, debió vivir en la indigencia.
En diciembre de 1842, cuando llegaban a Caracas los restos del Libertador, el noble Palacios estuvo en la ceremonia junto a la negra Matea.
Así, cumplía a cabalidad, con nobleza, lealtad y sacrificio la promesa que, arrodillado hiciera, a Doña María de la Concepción Palacios.